martes, 18 de agosto de 2009

lo-fi


- hay gente que se empeña en llamarlo cotidianidad
- ¿coti... qué?
- cotidianidad - repitió desanimado Meroveo, mientras aspiraba el humo dulzón de su cigarrillo.
- ¡qué cosas tiene la gente! - dijo automáticamente Tábata, que siempre acostumbraba a ser muy expresiva.
- es por eso que no debemos caer el la cotidianidad porque el individuo alienable y enajenable nunca debe tener esa sensación pseudoreconfortante de un hogar cuasiplacebo...
- mmm...
- ... ya te lo explicaré más adelante... en el que se sienta reconfortado y de esa manera denigrado a una oclusión dialéctica... - prosiguió Meroveo, como recitando a un gran Séneca o a un gran Vian.

Mientras Tábata se asombraba ante la disertación de Meroveo, un disco del Duque rodaba a 33⅓ revoluciones por minuto, dando mucho más sentido a las copias de Delaunay, Campendonk y Klee que había repartidas por la estancia, mientas el olor mentolado del cigarro de Meroveo se mezclaba con el Pisco y el ajenjo del Hada Verde que bebían todos ellos, tanto Meroveo, como Tábata, como Luján y Girnalda (dueños del piso) y Ernesto y su prima Fierce.

Todos ellos eran soñadores trasnochados de sentido, buscadores de aquello y de esto, pintores y escritores y calculistas y bailarines y bambalines y fierecillas inconformistas ebrias de universalidad; queriendo ser, al fin y al cabo, originales, distintos, ellos, esenciales (de esencia, de alma, de almax y de fragile glass), fondements de la culture, de nouveaux y, por qué no, botschafter der hoffnung.

Y en medio de esta ausente pero hiperrealista situación, realista pero hiperausente situación, ausente pero hipersituación realista a la vez que hipersituación ausente de realismo; en medio de, a pesar de y por encima de se hallaba la tan rechazada y marginada cotidianidad.