viernes, 26 de febrero de 2010

Texturas



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Ocho cuentos y medio antes de ir a dormir, ocho horas y media durmiendo antes de empezar el día, ocho días y medio antes de comer fresas con nata, ocho fresas y media antes de acariciar mi guitarra, ocho canciones y media antes de cerrar los ojos, ocho ojos y medio me miran cada mañana, con una sonrisa tímida y un ligero vaivén calmado, ocho mañanas y media frías y ocho mañanas y media calientes, ocho veces y media más calor que en el desierto, ocho meses y medio de desierto, ocho ochos y medio.



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Instrucciones para poner la mesa.

Primero despeje la mesa de todo tipo de objetos que sean ajenos a este procedimiento, tales como jarrones, libros, peluches, bufandas, yoyós y pinceles.

Una vez hecho esto coja un mantel y cubra con él un trozo de la mesa. Cuando la sábana con la que acaba de arropar el tablero haya dejado escapar todo el aire bajo ella entonces proceda al segundo paso.

Segundo, tome un objeto redondo y llano llamado plato, lo reconocerá fácilmente porque se asemeja a la Luna, y ahí es donde usted luego depositará los alimentos, para que la Luna los acaricie, para que la Luna los sostenga.

Tercero, tome un tenedor. Un tenedor es un utensilio alargado, generalmente metálico, acabado en tres (o más) púas. Este tenedor debe ser el centinela que vigile la costa occidental de la Luna, de tal forma que quede al lado izquierdo del plato, descansado recostado.

Cuarto, tome una cuchara. Una cuchara es un utensilio alargado, generalmente metálico, acabado en una superficie cóncava. Esta cuchara debe ser la primera dama de la Luna, que cuide su costa occidental junto a su esposo el cuchillo, de tal forma que quede al lado derecho del plato, descansando recostada.

Quinto, tome un cuchillo. Un cuchillo es un utensilio alargado, generalmente metálico, acabado en una superficie filosa por uno de sus lados, a veces el filo es sustituido por una sierra. Este cuchillo, debe ser el consejero de la Luna, que cuide su costa occidental junto a su fiel esposa la cuchara, de tal forma que quede al lado derecho del plato, descansando recostado.

Sexto, tome un vaso. Un vaso es una torre de cristal, una torre transparente que contendrá el agua. El vaso sitúelo justo encima de las púas del tenedor, de tal forma que el centinela pueda subir a la torre para vigilar y velar por la seguridad de la Luna.

Séptimo, y por último, tome una servilleta. Una servilleta es una pequeña sábana cuya misión consiste en acariciar su cara para recoger restos de comida. Esta fina seda debe situarse a la izquierda del tenedor, de tal forma que el centinela no se vuelva demasiado arisco y tosco, y que mediante esta prenda de su ama, la Luna, recuerde su delicadeza y su belleza.



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Ernesto trabaja duro, trabaja mucho y muy duro. Él es carpintero. Y tiene unas manos duras y callosas como todo buen carpintero.

Ernesto es un artista de la madera, desde niño se divertía tallado palitos y trozos de madera. La madera es su vida. Su vida es la madera.

Ernesto se gana el pan de cada día vendiendo su trabajos de artesanía, desde mesas a juguetes, pasando por puertas y cucharas de cocinar. Cada día crea un nuevo objeto, cada día alumbra una nueva idea y la imprime en madera. Día tras día la madera de Ernesto entra a su taller siendo un simple pino o un simple fresno y sale convertida en un simpático caballito, o en una simpática estantería.

Pero Ernesto no sólo trabaja la madera para ganarse el pan, sino que él da vida a la materia inerte, infunde un alma en la materia prima que la naturaleza le regala, inyecta sangre tibia en las venas donde antes sólo circulaba savia bruta.

Ernesto es un padre, un padre amoroso que regala vida, y aunque su hija la madera le brinde astillas en los dedos y serrín en los ojos, Ernesto es todo caricias para la niña de sus ojos, Ernesto siempre la trata con dulzura y delicadeza.

Ella, su hija, es rebelde, a veces huye de las manos de su padre, pensando en el dolor que va a padecer. Pero no sabe que detrás de ese pequeño dolor, detrás de ese serrucho, o de ese martillo, se encuentra una nueva vida para ella. El dolor se transforma en vida.

Ernesto cambia el mundo con su trabajo, construye con sus propias manos, con sus manos creadoras. Ernesto es carpintero. Y el eterno amor se sirve de este pequeño instrumento.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Sin conservantes






Tierra de viento y de verde fragancia,
tierra de aire frío y de frescos paseos,
tierra muscular y de tensión y de magia,
tierra relajada y tierra de faros.

Noche de luna bronceada,
noche de pasos decididos y noche de canciones silenciosas.
Luz invernal de brillo tostado,
candelas refulgentes danzando fervorosas.

Rocas de esponja acariciadas por aguas prehistóricas,
brotes tiernos de sabores olvidados,
cama de hojas secas y hogareñas,
diminutos segundos de libertad robada.

Amor en estado puro, amor sin refinar,
amor embarrado y rústico,
amor con espina y escamado,
amor roto y sanado,
amor de cicatriz y recuerdo, de madera y carbón, de Babilonia y de Ortiguera,
amor de papel reciclado,
amor sin destilar, sin pelar, sin cocinar, amor crudo,
amor desinteresado, sin brillo ni adorno, amor sin guirnaldas,
amor de estío, amor invernal y amor otoñal.

Luces y nieblas de una historia en movimiento, caminos sinuosos de una vida en tensión creadora, vínculos esencialmente esenciales, raíces de un alma que vibra, vibración armónica de un espíritu indomable, hálito vivo de rebeldía (incendiaria).


Mientras conserve lo esencial...


domingo, 7 de febrero de 2010

Bitter schön



Me gustan los sabores amargos. Me gustan los sabores amargos y cada día mi paladar se acostumbra más al embarrado y áspero tacto del sabor amargo.

Son sabores que engañan, que esconden mucho más de lo que muestran. Tienen una primera impresión que decepciona, pero una fidelidad y una tosquedad que me enternece.

Son sabores rurales y despreocupados por su recibimiento público, sabores que no temen al rechazo. Son el pomelo, el mate y el chocolate negro. Son la tónica, la cerveza y el caramelo de café.

Son también los aires del Norte y la lluvia de la primavera. Las lágrimas de la victoria y las de la derrota. Los libros de tapa dura, los discos de vinilo, los vinos viejos, la goma quemada, el timón de mercurio, los zapatos con agujeros, los estanques verdes y el perfume de nenúfar.

Me gustan los sabores amargos. Me gusta que mi lengua se encoja al principio y que vaya confiándose poco a poco. Me gustan los procesos lentos. Me gusta edificar. Sobre todo me gusta arriesgarme y tener qué perder, tener mucho que perder; y la eternidad por ganar.

Me gusta poner toda la carne en el asador, y que la carne se haga mucho, incluso que se queme y se chamusque y que adquiera ese sabor amargo de carboncillo. Me gustan los sabores amargos antes de ir a dormir.

Sabores como el del calabacín, el del yoghurt natural y el de las cerezas jóvenes. Sabores como el del periódico, el del jabón y el de la escarola.

Me gusta morder la piel de la naranja y la del limón, porque son muy tímidas. Tímidas como el sabor a cobre y a ocre.

Me gusta ser naturalmente irracional, como el sabor amargo, y pasar desapercibido y experimentar mi debilidad, y ser auténtico como el sabor amargo lo es. Fuerza que se hace perfecta en la flaqueza.

En definitiva, me apasiona el sabor amargo, el gran incomprendido, el rechazado entre sus hermanos dulces, salados y ácidos.