jueves, 16 de abril de 2009

Oasis metropolitano




Me detengo una vez más ante las baldosas rosáceas de la puerta Oeste del Parque Fisbert. El elegante kiosko de la esquina se confunde con un farolillo y la mujer que lee la revista que acaba de comprar lleva un vestido naranja.

Desde donde estoy ahora mismo puedo aspirar las fragancias del metropolitano jardín ante el que me encuentro, puedo oler las fuentes de agua fresca, la hierba, el sauce llorón de detrás de los bancos de piedra, los patines de los niños, los remos de las barcas, el maquillaje del mimo y la boquilla del hombre ciego del saxo.

Una vez dentro, me descalzo y dejo que mis pies acaricien la gravilla, camino un rato por el simple placer del tacto de la gravilla. Ahora simplemente me guian mis pies y mi nariz.

Huelo "La espuma de los días" que está leyendo un jóven de cabello largo y me dirijo hacía allí. Mis pies ahora bailan sobre césped verde y tierno, mientras el aroma de la novela de Boris Vian me seduce.

En mi camino, se cruza el aroma de una ardilla tratando de masticar un chicle del suelo. Y aunque mis pies me guian hacia la hierba que acaban de regar, sucumbo al olfato y me dirigo hacia la vigorosa ardilla.

De pronto se acerca una pequeña niña con más helado de chocolate en el vestido y en los labios que en el barquillo. Me toma de la mano y me lleva junto a una farola en la que se ha enganchado su globo verde. Sin decirnos una palabra recupero su globo y ella me recompensa con una tierna marca de chocolate en mi mejilla.

Compro una limonada y me tumbo en la hierba a contemplar las nubes que recitan para mí un soneto primaveral, mientras una pareja se funde en un beso sostenido.

Es entonces cuando amo a mi familia de desconocidos que cada día atisbo a las 6 de la tarde en el parque, cuando me enamoro de todas sus manías y costumbres, cuando me enternezco con sus rostros ajenos y con sus olores indiferentes, cuando adoro sus estelas para formar mi familia de desconocidos.

Gente demasiado especial o demasiado común para cruzar el parque a las 6 de la tarde, gente demasiado extraordinaria o demasiado rutinaria para ir dejando su huella en la hierba, y gente demasiado niña o demasiado anciana para hacer elocuente eco de la boreal primavera.


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