miércoles, 9 de diciembre de 2009

Oniris


Él duerme. Él duerme profundamente. Él duerme despreocupado, duerme a pierna suelta. Él ronca. Él sueña. ¿Qué sueña? Sueña que sueña. Sueña soñando y soñándose. Pero no se despierta, porque el sueño aún le sabe a poco. Es demasiado interesante como para despertar ahora. Aunque él sabe que duerme, pero eso lo hace más apasionante. Pisa el Sol, sus pies desnudos acarician la piel del Sol, y está tibia. Es agradable.

Ahora respira agua. Agua fluyendo dentro y fuera de su pecho. Fluyendo libre, fluyendo viva. Eso le refresca. Le enternece.

Él come hierba. Mastica las tiernas briznas cubiertas de rocío. Él saborea el verdor del Norte, saborea el espesor tropical del Sur.

Él hace el pino en una nube. Con las dos manos. Con una mano. Y se columpia de las estrellas. Constelaciones y juguetes. Juguetes y constelaciones. Cinturón de Orión.

Y salta de una estrella a otra. Y a cada salto suena una nota. Algunas bonitas. Otras no.
Esta sí. Esta también. Esta no.

Y en el último salto todos sus músculos se congelan. Rigidez. Ni un sólo movimiento. ¡Quieto! Es como hielo. Los hilos le levantan. Los hilos le tumban. Como una marioneta. Pero no es una marioneta. Es libre. Y está frío. ¿Por qué? Porque le han tumbado sobre el hielo.

¡Y qué cómodo es dormir sobre hielo! Hielo congelado, duro y transparente. Hielo natural. Hielo que sana y duele, a la vez, hielo síncrono.

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Ella duerme. Ella duerme preocupada, duerme a duermevela. Ella respira. Ella sueña. ¿Qué sueña? Sueña que sueña. Sueña soñando y soñándose. Pero no se despierta, porque el sueño aún le sabe a poco. Es demasiado interesante como para despertar ahora. Aunque ella sabe que duerme, pero eso lo hace más apasionante.

Ella tiene alas y vuela. Vuela arriba y abajo. Y arriba y abajo. Y abajo y arriba. Y aun más arriba. Ella se sienta en la Luna. Y está blandita. Y no es de queso, sino de nata montada. Besa la Luna. Y es dulce. Muy dulce. Su lengua baila con la nata, y la Luna baila con el sueño de ella.

Ella baila. Baila desnuda. Desnuda de miedos. Vestida de papel. Papel de seda, de ese que se arruga. Papel femenino, femenino e incógnito. Con cintas en el pelo. Cintas rosas y amarillas. Rosas como lo que se esconde debajo de las uñas. Amarillas como los destellos de su iris.

Ahora ella corre. Corre lejos. Corre arriba de la montaña, donde el aire es ligero y huele a nada. Nada le duele. Sigue corriendo. Menos aire. Sigue corriendo. Menos aire aún.

Se ahoga en su propio afán. Lenta agonía de victoria. Y entonces reposa. Sobre sí misma, recostada. Recostada en su costado, de costado en la costa.

Las olas relajan las plantas de sus pies. Porque están doloridas. La espuma de las olas le hace cosquillas entre los dedos de los pies. Y el sonido de las olas le encanta. Le encanta como el olor a galletas de su abuela. Como el calor de la leña crepitando en su salón. Como los abrazos de perfume y como los susurros con lágrimas. Pero no lágrimas amargas. Lágrimas tiernas.

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Tiernas como las briznas de hierba que él come. Tiernas como las lágrimas que a ella le susurran.

Tierna como la vida misma


2 comentarios:

Anahí Eguía dijo...

...tierna como la vida misma...me ha encantado!!

alexitimia dijo...

te gustó la foto eh.
te quiero.