viernes, 27 de marzo de 2009

Épica bajo el fluorescente




Las tenues luces encima del espejo iluminan la soledad y eco del silencio que le rodea. Ella mientras tanto se quita los zapatos; hoy ha sido un duro día. Ahora frente al espejo, y rodeada de trajes y maquillaje, observa la imagen especular de su rostro aun decorado por las pinturas.

Sutilmente una melodia en el piano le llega del escenario. Otra vez Victor está acariciando ese viejo piano, pero ahora cree que nadie le oye y eso lo hace aun más mágico. Ella con un zapato ya en la mano y el otro aun por desanudar se detiene un breve instante a apreciar la sutil magnificencia de ese momento, fugaz al universo.

Se imagina bailando en un escenario de Berlin, aunque en el que lleva toda la mañana no es nada despreciable, y oye los aplausos de un público ávido de un trago de estética visual.

En ese mismo instante siente que la música fluye por sus venas arrancándole los restos de ego e impregnádole una humildad clara y límpida y pura como la nieve virgen de las cumbres del mundo.

En la pobreza y la ruina de ese viejo teatro, de ese viejo piano, de esas viejas butacas, ella desvela uno de los enigmas superlativos de la ignorancia humana: el porqué del sacrificio.

Horas y horas de ensayo y entrenamiento por perseguir un sueño selenita, por sentir el cálido beso de los focos y el hogareño y acogedor sonido de los zapatos resbalando por el escenario.

Se desanuda el otro zapato con fruición mientras los dedos de Victor van finalizando su pausado baile vespertino sobre el marfil del piano.

Ya está lista para asumir la derrota pretérita, y lo que es más valeroso y admirable aun, asumir la derrota futura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanta, alfred... escribes de maravilla, aunque creo que eso ya te lo dije hace mucho!

un beso

firmado: la que te debe un menú

;)