domingo, 1 de febrero de 2009

Almas al desnudo ( I )





Mathieu Pfenninger se acababa de mudar a Lucerna. Una ciudad maravillosa sobre el río Reuss.

Mathieu aun se mostraba algo reticente al cambio de aires, él siempre había sido una persona que le gustaba tenerlo todo controlado, tener la tranquilidad de que en su nevera siempre había cerveza Appenzeller Bier y queso de Guntershausen.

Todavía pensaba que Lucerna era pequeña para él, que el mundo se abría a sus pies y el aún estaba en su país natal y en una ciudad de no más de 60.000 habitantes.

Esa noche, como su piso estaba aun por organizar decidió salir a cenar fuera. Caminó sin rumbo fijo guiado más por su estómago que por su deseo y mientras cifras de cotizaciones cruzaban su mente acabó por entrar en el restaurante Hofgarten. Pidió una fondue de queso y una copa de vino.

La noche estaba fresca y bastante animada, pero no lo suficiente como para sacar a Mathieu de sus ocupaciones.

En la mesa de enfrente Fabienne esperaba a su hermana para cenar y la familia Grob celebraba el cumpleaños de la hija menor en la mesa de detrás.

Cuando hubo acabado de cenar volvío por el mismo camino a su piso sin reparar en el músico que perfumaba la calle con el sonido de su acordeón ni en la señora que vendía marionetas debajo de su portal.

Fabienne regresó a su piso tras acompañar a su hermana a su casa y la familia Grob se fue al hotel en el que se alojaba esos días.

Mathieu no consiguió conciliar el sueño hasta que no hubo visualizado todo lo que tenia que hacer al día siguiente.


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Una mañana de sábado como cualquier otra. Mathieu ya sabía todo lo que tenía que hacer esa misma mañana porque le llevó su tiempo la noche anterior. Todo estaba perfectamente controlado.

Salió de su piso y se dirigió al ayuntamiento para empadronarse en la ciudad y tras un café rapido en el Cafe Panorama llevó sus pasos al concesionario de Renault del final de la calle. Fabienne se cruzaba con él en la puerta del Cafe Panorama mientras se dirigía a dar clase de pintura al otro lado del río.

La familia Grob continuaba su viaje hacia Neuchâtel.

Finalmente Mathieu consiguió a buen precio un Renault 11 y después de hacer una compra con todo lo que a él le gustaba volvió a casa y llenó la nevera.

Fabienne acabó como siempre hasta arriba de pintura, porque los niños disfrutan más pintándose unos a otros que pintando el aburrido lienzo, y eso a ella le parecía simplemente arte.

Esa tarde Mathieu sacó su ordenador de la caja de mudanza y lo ubicó encima de la mesa de su dormitorio. Parecía que todo empezaba a tomar forma aunque él se empeñara en que debía ser provisional.

Revisó sus cuentas y leyó sus correos mientras disfrutaba de una Appenzeller Bier. Todo estaba en orden. Le embargó una sensación extraña que se le antojaba de victoria, de triunfo...

Fabienne llegó a casa rendida y tras una relajante ducha sacó su violín para continuar estudiando. Desde los 7 años Fabienne tocaba el violín y aunque nadie lo sabía todavía, el mundo no sería el mismo desde que Fabienne decidió un 7 de Noviembre comenzar a tocar el violín.

Esa noche Mathieu se dirigía a visitar a un viejo colega de la infancia que vivía al otro lado del río. Fabienne al mismo tiempo cruzó el puente de Kapellbrücke para devolver a su hermana la película que le había prestado la noche anterior, Amor en conserva de los hermanos Marx. Cuando se cruzaron nada extraordinario ocurrió, como las veces anteriores, pero Mathieu se detuvo y contempló por primera vez el puente de Kapellbrücke.

El puente fue construido en el siglo XIV con el propósito de controlar el acceso y salida a Lucerna. Estaba hecho íntegramente de madera y aun conservaba algunos de los frescos en los paneles de madera de su interior. A los lados brotaban las macetas repletan de geranios que otorgaban un aire elegante y embriagador al puente. Mathieu se asomó por un costado y vió un cisne bailando elegantemente con el reflejo de la luna sobre el río Reuss.


Ese día algo cambió dentro de Mathieu. Lucerna le enamoró.

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