vuelve la noche a buscar los restos de una humanidad descosida, como siempre encontrará silencio y sueño en la bahía de los ignorantes, donde muere el aliento de un querer que late inflamando la vida
vuelve la noche a inspirar reflejos y destellos de mediodía, ocultando al ojo distraido la suave brisa que perfuma el orbe, y oculta la melodía de quienes velan y no duermen trasnochados de osadía
vuelve la noche a revolucionar ardientes deseos de libertad infinita, que en la más ínfima fracción de tiempo se disuelven en las vacilantes sombras de los que duermen, aguarda el momento de la palabra y de la suerte nunca escrita
vuelven las marionetas a dormir de noche ajenos a que la propia noche oculta y desvela, realza y empobrece, ama y espera más que el propio día
Gerardo deambulaba por las calles de Lavapiés como cada martes.
De pequeño siempre había soñado con tocar el Saxo. Había crecido escuchando a los grandes del Jazz y siempre pensó que podría dedicarse a la música, que sería un gran compositor y que la gente podría disfrutar de su talento.
Aunque Gerardo siempre había sido un tipo honrado hacía bastantes años que se había desencantado del mundo. Mataba el tiempo recogiendo billetes de metro gastados, agujereados, troceados, pintados y que habían sufrido toda clase de torturas nerviosas por parte de sus portadores, mientras viajaban con prisa de una punta a otra de la ciudad.
En eso ocupaba su vida para no darse cuenta de que la vida se le escurría entre los dedos, como cuando uno trata de llevar agua en las manos, que la consistencia del líquido frustra todos sus proyectos y huye deslizándose entre sus dedos.
Por ser martes le tocaba dormir en el banco de la calle de la Fe, pero prefirió quedarse en la calle Zurita.
Esa noche en la calle Zurita apenas pudo dormir. A la mañana siguiente se despertó con un sobre a su lado. Lo inspeccinó y tras ver su nombre en el dorso pensó que a algún otro Gerardo se le debía haber caído durante la noche.
Pero como no tenía ni dirección ni ninguna otra seña decidió abrirlo. Por un momento pensó que podría ser para él.
La carta decía lo siguiente:
"Querido Gerardo:
Tenemos el placer de comunicarle que en este sobre le hemos mandado el cheque al portador que nos habían encargado para usted. Nos dijeron que sería de su agrado y esperamos que así sea.
Reciba un cordial saludo.
Mercado de Sueños"
Gerardo no pudo evitar extrañarse. Nadie le conocía, nadie sabía su nombre y nunca jamás nadie le regalaría un cheque asi como así. Además, Mercado de Sueños, seguro que era una broma de algunos chavales que le debían haber visto durmiendo en la calle. Malditos ricos de mierda, se creen que pueden hacer lo que les dé la gana - pensó.
Cogió el cheque y lo rompió sin leerlo.
Al la mañana siguiente otra vez el mismo sobre se encontraba bajo su cabeza. Lo rompió sin leerlo.
Durante una semana el mismo sobre amanecia junto a él y durante una semana se negó a aceptar esa broma de mal gusto.
Un día mientras examinaba un billete de metro al que habían arrancado la banda magnética, un niño se le acercó y tras darle un beso en la mejilla le dejó un sobre en las rodillas.
Gerardo no pudo evitarlo y lo abrió, y la carta decia:
"Querido Gerardo:
Nos ha extrañado mucho que no haya aceptado venir a nuestro establecimiento a hacer efectivo su cheque. Siguiendo los consejos de la persona que se lo envía hemos accedido a seguir intentándolo. Él nos dijo que se encargaría de que usted lo leyera. Siendo así, usted encontrará el cheque dentro de este mismo sobre.
Reciba un cordial saludo
Mercado de Sueños"
Gerardo plegó la carta y la guardó en uno de sus bolsillos. Sacó el cheque del sobre y leyó:
Destinatario: Gerardo
Valor: Oportunidad para ofrecer al mundo su talento musical.
Hacer efectivo en: Mercado de sueños
Pensó que realmente alguién se debía haber equivocado, el nunca pudo aprender música y menos aun comprar un saxo. Decidió ir a ese "mercado" a notificar que el cheque era erróneo y que había un Gerardo por el mundo que estaba perdiendo su gran oportunidad.
Siguió las señas del cheque y llegó a una calle que no había visto nunca. Leyó el letrero: Mercado de Sueños.
Sin creerselo aun demasiado entró.
La tienda tenía un mostrador de madera al fondo y el resto de ella estaba cubierto de estanterías con libros de todos los tamaños. A la izquierda habia una escalera de caracol que conducía a un segundo piso con más estanterías. Se acercó a curiosear los títulos de los libros. "Viajar al espacio", "Ser poeta", "Luchar por la paz". Éste último le parecío interesante. Lo abrió y comenzó a echar un vistazo. Más o menos por la mitad del libro pudo ver fotos de Gandhi, de su infancia, leyó su biografía y al final de ese capítulo ponía: "Cliente satisfecho".
Entonces entro un señor bastante mayor que con voz acogedora le preguntó:
-Gerardo, sí. Te estaba esperando.
-Mire señor, er... Ha debido haber una equivocación porque...
-Ninguna equivocación Gerardo- respondió muy sereno.
-Pero es que en el cheque pone que es mi gran oportunidad para mostrar al mundo mi talento musical y yo ni siquiera pude estudiar música. Ni siquiera tener un saxo entre mis manos. -contestó apresuradamente.
-¿Pero es que acaso crees que los grandes sueños vienen de pronto como un huracán?¿Crees que Charlie Parker pasó de la noche a la mañana a deleitar al mundo con su saxo? ¿Crees que Neil Armstrong pisó la luna el mismo día que se lo propuso?¿Crees que Cervantes escribió su Quijote o que Monet pintó su Puente de Argenteuil cuandó se imaginó que podía hacerlo? ¿Crees que Gandhi no dudó que sería capaz de vencer sin violencia?
-Ya pero yo... Es decir, míreme, apenas se leer y menos escribir, deambulo por las calles entreteniendome con cualquier tontería...
-Precisamente es de los humildes de los que se esperan cosas grandes. Que un sueño sea grande no quiere decir que sea para personas grandes, sino para grandes personas.
Y al decir esto desapareció, al igual que su tienda y toda la calle. Gerardo se quedo en medio de un callejón viejo y sucio aun impactado por aquella extraña visita.
Estuvo toda la tarde cavilando sobre las palabras de aquel anciano. Sin darse cuenta de que era martes, se acostó en la calle Zurita.
Cuando estaba en la frontera entre el sueño y la vigilia se acercó un niño, besó su mejilla y le dijo al oido:
"Pero señor, ¿es que no ha aprendido nada?¿cuántas cartas más tiene que recibir para levantarse y luchar por su sueño? No sea tonto y acompañeme a la calle de la Fe, que hoy es martes y ahí se duerme mucho mejor"
Mathieu Pfenninger se acababa de mudar a Lucerna. Una ciudad maravillosa sobre el río Reuss.
Mathieu aun se mostraba algo reticente al cambio de aires, él siempre había sido una persona que le gustaba tenerlo todo controlado, tener la tranquilidad de que en su nevera siempre había cerveza Appenzeller Bier y queso de Guntershausen.
Todavía pensaba que Lucerna era pequeña para él, que el mundo se abría a sus pies y el aún estaba en su país natal y en una ciudad de no más de 60.000 habitantes.
Esa noche, como su piso estaba aun por organizar decidió salir a cenar fuera. Caminó sin rumbo fijo guiado más por su estómago que por su deseo y mientras cifras de cotizaciones cruzaban su mente acabó por entrar en el restaurante Hofgarten. Pidió una fondue de queso y una copa de vino.
La noche estaba fresca y bastante animada, pero no lo suficiente como para sacar a Mathieu de sus ocupaciones.
En la mesa de enfrente Fabienne esperaba a su hermana para cenar y la familia Grob celebraba el cumpleaños de la hija menor en la mesa de detrás.
Cuando hubo acabado de cenar volvío por el mismo camino a su piso sin reparar en el músico que perfumaba la calle con el sonido de su acordeón ni en la señora que vendía marionetas debajo de su portal.
Fabienne regresó a su piso tras acompañar a su hermana a su casa y la familia Grob se fue al hotel en el que se alojaba esos días.
Mathieu no consiguió conciliar el sueño hasta que no hubo visualizado todo lo que tenia que hacer al día siguiente.
Una mañana de sábado como cualquier otra. Mathieu ya sabía todo lo que tenía que hacer esa misma mañana porque le llevó su tiempo la noche anterior. Todo estaba perfectamente controlado.
Salió de su piso y se dirigió al ayuntamiento para empadronarse en la ciudad y tras un café rapido en el Cafe Panorama llevó sus pasos al concesionario de Renault del final de la calle. Fabienne se cruzaba con él en la puerta del Cafe Panorama mientras se dirigía a dar clase de pintura al otro lado del río.
La familia Grob continuaba su viaje hacia Neuchâtel.
Finalmente Mathieu consiguió a buen precio un Renault 11 y después de hacer una compra con todo lo que a él le gustaba volvió a casa y llenó la nevera.
Fabienne acabó como siempre hasta arriba de pintura, porque los niños disfrutan más pintándose unos a otros que pintando el aburrido lienzo, y eso a ella le parecía simplemente arte.
Esa tarde Mathieu sacó su ordenador de la caja de mudanza y lo ubicó encima de la mesa de su dormitorio. Parecía que todo empezaba a tomar forma aunque él se empeñara en que debía ser provisional.
Revisó sus cuentas y leyó sus correos mientras disfrutaba de una Appenzeller Bier. Todo estaba en orden. Le embargó una sensación extraña que se le antojaba de victoria, de triunfo...
Fabienne llegó a casa rendida y tras una relajante ducha sacó su violín para continuar estudiando. Desde los 7 años Fabienne tocaba el violín y aunque nadie lo sabía todavía, el mundo no sería el mismo desde que Fabienne decidió un 7 de Noviembre comenzar a tocar el violín.
Esa noche Mathieu se dirigía a visitar a un viejo colega de la infancia que vivía al otro lado del río. Fabienne al mismo tiempo cruzó el puente de Kapellbrücke para devolver a su hermana la película que le había prestado la noche anterior, Amor en conserva de los hermanos Marx. Cuando se cruzaron nada extraordinario ocurrió, como las veces anteriores, pero Mathieu se detuvo y contempló por primera vez el puente de Kapellbrücke.
El puente fue construido en el siglo XIV con el propósito de controlar el acceso y salida a Lucerna. Estaba hecho íntegramente de madera y aun conservaba algunos de los frescos en los paneles de madera de su interior. A los lados brotaban las macetas repletan de geranios que otorgaban un aire elegante y embriagador al puente. Mathieu se asomó por un costado y vió un cisne bailando elegantemente con el reflejo de la luna sobre el río Reuss.
Ese día algo cambió dentro de Mathieu. Lucerna le enamoró.